lunes, 23 de agosto de 2010

PERDIENDO NUESTRA ESENCIA

Sermón Predicado en la Iglesia Presbiteriana Juan Calvino

Bucaramanga, agosto 22 de 2010

Introducción

Alguien, una vez dijo: “cuando perdemos lo esencial, nos condenamos a perderlo todo y no servir para nada”. Esta afirmación es bastante cierta y me trae a la memoria un día que en mis afanes, preparé todo lo necesario para ir a hacer una visita. Empaqué la biblia, la guitarra, hasta un cancionero; el carro estaba recién lavado e hice la oración antes de partir, y cuando iba saliendo con todo para meterlo en el carro ¡Oh sorpresa! Se me olvidaron las llaves. Todo lo anterior no sirvió de nada, el afán, la preparación, la condición del carro, en fin. Todo estaba listo, más no sirvió de nada. Al mirar mí penosa situación, me recriminé y dije ¿Por qué se necesitaran las llaves tanto para abrir, como para utilizar un carro?

Semejante armatoste de latas, cables, fluidos y demás que es un automóvil y para qué. No sirve de nada si no tienes lo más insignificante y pequeño de sus partes: las llaves. Lo esencial para poder hacerlo funcionar. Una sola cosa que falte, y lo demás no sirve para nada.

En el texto que hoy nos llama la atención se enmarca una situación similar a esta. Haciéndonos recordar que cuando perdemos lo esencial de nuestra fe y nuestras prácticas, por muy estructurados y listos que estemos, el resto, por muy importante que parezca, no sirve para nada. Leamos:

Lucas 13:10-17 (Biblia de Estudio Dios Habla Hoy)

10 Un sábado Jesús se había puesto a enseñar en una sinagoga; 11 y había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado jorobada, y no podía enderezarse para nada. 12 Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: --Mujer, ya estás libre de tu enfermedad. 13 Entonces puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. 14 Pero el jefe de la sinagoga se enojó, porque Jesús la había sanado en sábado, y dijo a la gente: --Hay seis días para trabajar; vengan en esos días a ser sanados, y no en sábado 15 El Señor le contestó: --Hipócritas, ¿no desata cualquiera de ustedes su buey o su burro en sábado, para llevarlo a tomar agua? 16 Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esta enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera sábado? 17 Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron avergonzados; pero toda la gente se alegraba al ver las grandes cosas que él hacía.

Este texto nos muestra a Jesús camino a Jerusalén haciendo una pausa en la sinagoga, un sábado, el famoso día de reposo. Esta parada es sumamente importante, ya que es la última vez que Lucas pone a Jesús en una sinagoga enseñando. Es importante no perder este detalle, pues volveremos sobre el después.

Ubicación del texto en su contexto

Para poder entender el mensaje del texto tenemos que ubicarnos en el día sábado y en la sinagoga, como elementos fundamentales de la religiosidad judía. Estos unidos creaban el ambiente perfecto del encuentro del pueblo con Yahvé a través de su palabra. El sábado era el tiempo de descanso de las actividades cotidianas. Fue creado para honrar a Dios a través del descanso del hombre; convirtiéndose en una herramienta religiosa poderosa para el bienestar del ser humano, una espada de doble filo: por un lado dignifica la condición del ser humano a través del descanso físico y mental, y por el otro, abre la puerta para glorificar a Dios de manera integral. Esos eran los propósitos del sábado.

De la misma manera, la sinagoga, como alternativa al templo, era el lugar donde se estudiaba la tora y los profetas, hecho que revitalizaba la fe y la esperanza de la restauración por parte de Dios de todos los males que tenía el pueblo; entre ellos las enfermedades. La sinagoga terminó convirtiéndose en el lugar de resguardo de la fe y la identidad judía, cuando el pueblo judío estuvo cautivo en babilonia (548 a.C). Hasta entonces, la religión judía estaba centralizada en Jerusalén y el templo. La entrada en escena de la sinagoga la revitaliza volviéndola más comunitaria, más cercana al pueblo, menos sacrificial y sacerdotal.

Ambos, el sábado, como la sinagoga, jugaban un papel determinante en la protección de la fe en Yahvé por parte del pueblo judío. Cuando estos estuvieron cautivos en babilonia y después con la dispersión, las herramientas que preservaron su fe, fueron precisamente estas dos.

Llama la atención pues, que este texto nos presente un panorama tan distinto del que en realidad eran la sinagoga y el sábado. Desde sus inicios, la escena deja ver la pérdida de la esencia de la fe judía, y por tal, lo que sucede también a la fe cristiana, cuando perdemos las llaves del carro.

1. Dejamos de sentir. Al perder la esencia de lo que somos y con el pasar del tiempo, y las miles ocupaciones que nos ponemos nosotros mismos, sumado al ritmo de un mundo cada vez menos humano, nos vamos viendo inmersos en proyectos y cosas que hacen que perdamos la sensibilidad. Vamos perdiendo progresivamente nuestros sentidos, fijémonos en lo que pasa en los versículos 12 y 13.

a) No vemos (Vr. 12a). Al dejar de sentir lo primero que perdemos es la capacidad de ver. Jesús, a pesar de la carga que tenía (recordemos que iba camino a Jerusalén donde sabía que sería entregado y muerto en una cruz), toma tiempo para mirar. Y mirar más allá de lo que debía. Pues estando en la sinagoga fija sus ojos en una mujer enferma.

En ese lugar (la sinagoga), las mujeres estaban relegadas a un lugar aparte de los hombres, que en muchas ocasiones estaba dividido por una pared o un enrejado. Estas no podían hablar, se limitaban solo a orar. Jesús estando en el lugar de los hombres, donde se leía y estudiaba la ley, busca a esta mujer con la mirada; pues no es correcto pensar que ella estaba a la vista de todos. Jesús vio más allá de lo que tenía enfrente.

Llama la atención que nadie parece haber tenido en cuenta a esta mujer que llevaba 18 años enferma. Nadie la había visto antes. Pero Jesús rompe con esto y aun más, pues la llama de su lugar y parece llevarla a donde él estaba, el lugar reservado únicamente para los hombres.

Esta actitud de ver a la mujer y su situación, a pesar de la situación de él mismo, debe reclamarnos un cambio hoy. A nosotros que nos dejamos llevar por los afanes, preocupaciones y compromisos, pasando por encima de la necesidad del otro y haciéndonos los de la vista gorda. Sí, a nosotros que por nuestros prejuicios somos incapaces de ver al otro. Si, a nosotros que nos basta con ver a alguien mal vestido para despreciarlo, que nos basta con la primera impresión para calificar o descalificar a alguien.

La actuación de Jesús debe interpelarnos. No mirando su propia situación, ignorando la presión que tenía encima, desafiando las barreras de separación creadas por el contexto, no satisfaciéndose con lo que tenía a la vista, sino mirando más allá.

Cuando perdemos la esencia de nuestra fe, perdemos todo. La sinagoga era el lugar de encuentro con la palabra de Yahvé, que era la base de la fe judía, la base de la esperanza. Era el lugar donde se supone que debería encontrarse la paz, la salud, la restauración ¿Qué pasó pues con la sinagoga que dejó de ser lo que era? Los que se reunían allí, perdieron lo esencial. Perdieron las llaves del carro.

b) No hablamos (Vr. 12b). En segundo lugar, cuando dejamos de sentir por la pérdida de lo esencial, no solo dejamos ver, sino también de hablar. Miremos que la acción de Jesús es progresiva, no solo la mira, sino que le habla. Y parece normal pero no lo es tanto; puesto que para los maestros de la ley y sus estudiantes estaba prohibido hablar con mujeres en público, incluso mirarlas, y más en la sinagoga. Ellas mismas no podían hablar nada y quien les hablase se consideraba indecoroso y de poca honra. Pero Jesús, aun conociendo todo esto, le habla y profiere en ella la bendición de la sanidad que por tantos años estaba esperado.

Hoy día, si nos duelen los ojos para mirar, se nos cae la boca para hablar. Pasa que la iglesia está perdiendo la capacidad de hablarle al mundo. No somos nada comparado con siglos pasados donde la evangelización y la predicación de las buenas nuevas estaba al orden del día. Países y ciudades fueron establecidas sobre principios cristianos gracias a la predicación de muchos. Era imperioso hablar de Dios y de su salvación. Por muy bien o mal que lo hayan hecho, impulsados por una u otra situación histórica, fuere cual fuere el motivo por el cual se predicaba el evangelio tan vehementemente, se hablaba; bien o mal pero se hablaba de Dios.

Actualmente hemos re-re-re-re-definido la evangelización, y estamos de acuerdo, pero cada vez la redefinición nueva trae consigo menos palabras. Decimos evangelizar con acciones sociales, pero la acción social, debe ir acompañada de la acción profética, y lo profético es hablar más que cualquier otra cosa. El nuevo testamento nos muestra una iglesia que transformó su contexto, social, económico y político ¿Cuál fue la herramienta que se utilizó? ¿Qué hizo que los apóstoles, gente del común, cambiaran el mundo? La respuesta es clara: hablaron, hablaron y hablaron de Dios.

c) No tocamos (Vr. 13) la tercera cosa que sucede cuando dejamos de sentir es la pérdida de toque. La insensibilidad frente al otro se empieza a trasladar cada vez a nuestros círculos sociales más pequeños: el trabajo, la oficina, la familia. Jesús sin importar los prejuicios de su contexto y del lugar donde se encontraba, toca a la mujer. Si bien hablarles a las mujeres en la sinagoga era indecoroso, cuanto más tocarlas. Al referirme a este punto traigo una pregunta para ustedes: hasta este momento del día ¿Cuántos abrazos han dado y cuantos han recibido? Podríamos replicar que el texto no hable de afecto directamente en el acto de imponer las manos; más el simple hecho de hacer algo que no estaba bien visto delante de los espectadores, implica decisión y sentimientos claros por parte de quien lo hace. Además, no podemos decir que Jesús hacía milagros solo por que los debía hacer o para que lo vieran. Detrás de cada sanidad, de cada liberación, de cada multiplicación de los panes, década palabra a la multitud, estaba el corazón de un hombre que amaba lo que hacía y a quienes lo hacía.

El tocar a una persona es símbolo de unidad con dicha persona. La dimensión del tocar, del imponer manos a otra persona es una práctica recurrente en la biblia. De esta se infiere que quien toca, transmite lo que tiene a la persona que toca. Los sicólogos han descubierto que el tocar es terapéutico y sanador. Jesús nuevamente nos enseña que en medio de la insensibilidad del mundo, incluso de la indiferencia de la religiosidad que se estaba practicando en las sinagogas, y aun hoy, entre el pueblo que se dice ser seguidor de él, hay espacio para la sensibilidad del toque.

Por tal razón, defiendo que en medio de nuestra liturgia, y de cualquier servicio, se debe dar espacio para que la membrecía se estreche la mano, se abrace. Tenemos familias que entre ellos se hablan solo lo necesario para no gastarse la garganta, imagínese como es la situación en cuanto al área corporal, en cuanto al toque. Y ni hablar de esto cuando no se trata de nuestra familia, si no de un desconocido.

Al perder la esencia de lo que somos, de nuestra fe, se desencadena, la pérdida total de nuestros sentidos. Dejamos de sentir.

2. Nos volvemos legalistas. La perdida de nuestra esencia no solo afecta nuestra capacidad de sentir y percibir al otro/a, sino que también se traslada a la manera en como vemos y vivimos nuestros proyectos e instituciones. Al mirar la reacción del jefe de la sinagoga frente a la sanación de esta mujer, nos empieza a dar un poquito de rabia ¿Quién se cree este tipo, para prohibirle al pueblo que fuese sanado en sábado? Según indica el pasaje, este era el principal de la sinagoga, la persona que ejercía autoridad frente a todo lo que se hacía allí (Vr. 14). Era además un maestro de la ley. De cierta manera estaba en todo el derecho de hacer lo que hizo. Esa era su función, pero ¿Qué pasa que la actitud de este está tan lejos de lo que realmente es el sábado y la sinagoga? Porque al perder la esencia de nuestra fe, no solo dejamos de sentir, también, nos volvemos legalistas.

Cuando hablo de legalista no me refiero a quien conoce mucho las leyes, sino a quienes hacen que su vida gire en torno a estas, dejando lo demás en segundo plano. Miremos lo que pasa cuando, olvidando la raíz de lo que es nuestra fe, nos volvemos legalistas

a) Ponemos el símbolo por encima del significado (Vr. 15). Hemos dicho que tanto la sinagoga como el sábado eran los símbolos de la identidad judía, y de su fe, pero que estos en su esencia cumplían una misión específica: el encuentro del pueblo con Dios en su cotidianidad.

Las leyes de la sinagoga y el sábado eran tan estrictas que no dejaban ver la verdadera función de estos. Una de las leyes del sábado decía que nadie podía siquiera mover artículos pesados de su hogar de un lugar a otro, sino era estrictamente necesario y por una distancia ínfima. Todo esto en razón del descanso. El símbolo perdió su significado. Por eso Jesús habla acerca del desatar los bueyes y los asnos como trabajo que ellos hacían sin ningún problema, invalidando así la ley que ellos mismos defendían, sin ponerla en práctica (Mt. 23:4). Las leyes del sábado y de la sinagoga terminaron desapareciendo su significado. Esto es lo que sucede cuando perdemos la esencia de nuestra fe. Cuando perdemos las llaves del carro.

En este punto es necesario preguntar ¿Qué de lo que hacemos ha perdido el significado de lo que realmente era? Quizás la liturgia, el culto, la predicación ¿En dónde está el fundamento de nuestras prácticas cristianas? Decimos que la liturgia es el servicio del pueblo a Dios, pero en muchas ocasione el pueblo no participa en ella, no puede expresarse en ella. Decimos que la predicación es la palabra de Dios hablando a la humanidad hoy, pero si no hablamos lo que está de moda, estamos “out” sino hablamos lo que nos dice el marco conceptual, o el seminario, entonces nuestra predicación no es buena; no sirve porque no responde a lo que se espera. La pregunta obligada es ¿A lo que espera quién? ¿Lo que espera Dios o la gente? ¿Lo que espera Dios o el marco conceptual? ¿Lo que espera Dios o el seminario?

Debemos entender que todo lo que hacemos responde a la gracia de Dios a favor nuestro, esperando que si de gracia hemos recibido, de gracia demos; es decir, que si de Dios tememos lo que tememos, es a Dios y no a nadie más a quien debemos honrar con ello.

b) Ponemos lo correcto por encima de lo necesario (Vr. 16). Al perder la esencia de lo que somos y lo que hacemos nos volvemos insensibles ante la necesidad del otro, además de legalistas, y en el marco de este legalismo, nos afanamos por hacer lo correcto más que lo necesario. Si Jesús hubiese tenido en cuenta todo el bagaje del día y el lugar en donde estaba, lo correcto sería haberse limitado a explicar las escrituras, pero no fue así. Rompiendo todo esquema Jesús pone por encima de lo “correcto” lo necesario. ¿Acaso no era necesario desatar a esta mujer de su enfermedad antes que cumplir con los rituales legalistas de ese sábado desdibujado y de esa sinagoga insipiente? Si hasta este punto hemos visto las consecuencias de perder la esencia de nuestra fe y de nuestra identidad como cristianos, hemos de terminar diciendo que antes del símbolo esta el significado, y antes de lo correcto esta lo necesario.

Conclusión

Pero me preguntaran que cuál es la tan afamada esencia de nuestra fe e identidad que he repetido durante todo el mensaje. Y les diré que no es otra que la que Jesús expresó de sí mismo, marcándola como su misión al comienzo del evangelio de Lucas. Al comenzar este sermón dije que no perdiéramos de vista el hecho de que en Lucas, éste texto es la última vez que aparece Jesús en una sinagoga y en sábado enseñando. Ahora pues, la esencia de nuestra fe e identidad como cristianos, se encuentra en la primera aparición que registra Lucas de Jesús en una sinagoga, enseñando y particularmente en sábado (Lc. 4: 16-20)

Dos situaciones particularmente similares, nos sirven de paralelo y complemento. Son las mismas características, (ambas en sábado y en la sinagoga) una al principio del ministerio publico de Jesús, y la otra a portas de su culminación. La primera declarando la esencia del evangelio, la otra cumpliéndolo y haciéndolo real. Quizás sea poco el solo nombrar el texto de Lucas 4:16-20, pero sin duda, será nuestro motivo de estudio y reflexión próximamente.

Por hoy, pidamos a nuestro Dios padre y madre que en su amor y misericordia nos ayude a salir del ritmo inclemente que nos impone esta sociedad y nos guarde de no perder nuestra identidad, de no perder las llaves de nuestro carro, que nos ayude a ser más sensibles frente a nuestro cercano (prójimo), que nos ayude a ver con sus ojos, a hablar con su boca y tocar con sus manos. Que nos de la fuerza para no perder de vista el significado de lo que hacemos.

Dios nuestro ayúdanos para dar buenas nuevas a los pobres;
Para sanar a los quebrantados de corazón;
Para libertad a los cautivos, y dar vista a los ciegos;
Para quitar las cargas a los oprimidos;

Danos la fuerza para predicar el año agradable del Señor.

Y así hermanos y hermanas, como decía Juan Calvino “inclinémonos en humilde reverencia ante la majestad de nuestro Dios”.

C.S.M Cristhian Alexis Gómez

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